viernes, 26 de junio de 2009

Despertar IV


Fue una tarde de primavera en casa, era año el 2035 cuando yo tenía solo siete años de edad. Las condiciones del planeta eran mucho mejores que ahora sin embargo un desastre comparado a lo que había sido tan solo unas décadas atrás. La contaminación de los océanos y el derretimiento progresivo de los polos habían causado estragos en la naturaleza, el clima extremo y enfermedades desconocidas habían ido aumentando las tasas de mortalidad en todas partes del mundo, acabando tanto con personas como animales y vegetación. Todos los productos comenzaron a alzar sus precios, la escasez era general, escasez de dinero, de productos, de trabajo, la energía que quedaba en el planeta estaba casi extinta y la vitalidad en la humanidad disminuía. Otro síntoma que comenzó a presentar fue el alzamiento colosal en actividad paranormal, la gente en todas partes del globo era testigo de esto. La actividad poltergeist en las casas se volvía mas común y con mas violencia cuando se manifestaba, el encuentro con personas fallecidas aparecían con una frecuencia altísima en grabaciones de video y fotografías, y los avistamientos de ovnis se incrementaron tanto que la Nasa se encontraba acorralada y no tenia mas excusa que aparecer diciendo que simplemente no sabían que era lo que estaba pasando. Sin embargo a pesar de todo eso mi abuelo había sacado la vieja parrilla de la bodega para asar unos pedazos de carne de cerdo que logro conseguir gracias a unos ahorros que había estado guardando, y así olvidarnos por una tarde de las legumbres y papas de todos los días. Como de costumbre yo lo acompañaba y observaba en este acostumbrado ritual que tanto me gustaba. Quizás unas de las razones para esta atracción sea el fuego, el cual siempre me a causado tan fascinación pero siempre guardándole mucho respeto. Yo soñaba con el día en que pudiera hacer mi primer asado, solo yo frente al fuego, controlándolo, usándolo a mi voluntad para poder alimentarme.
¿Tatita cuando podré hacerlo yo?- le decía jalándolo de su viejo chaleco.
-Cuando seas mayor- sonreía, cada vez que me contestaba alguna pregunta- aun eres muy pequeño y el fuego es bastante peligroso si no conoces su naturaleza.
-¡Pero yo quiero aprender ahora!- algo enojado le decía.- Si me quedo aquí parado jamás podré aprender.
-Observa y aprenderás- con sabiduría contestaba- observa y aprenderás.
Cada vez que traigo a mi mente estos recuerdos mi pecho se llena de paz, se siente tranquilo, lleno y satisfecho por un banquete de sabrosos momentos. Como yo con mi abuelo sentados frente a las brasas que aun quedaban encendidas, escuchando sus historias, que a estas alturas poco me importan si eran verdad o no, pero no puedo negar lo mucho que me entretenían. También me acorde de su perro color café y pequeño de nombre Caluga el cual se ganaba siempre entre sus piernas y esperaba por algo de comida que cayera a su boca. La espera tortuosa siempre lo recompensaba, mi abuelo nunca lo decepcionaba así como también mi abuelo solía decirme que ningún tiempo de espera es inútil. Tambien recuerdo cuando me llevaba a la escuela en las mañanas y luego me iba a buscar, nunca se olvido de hacerlo aunque de repente en casa olvidara donde había dejado por ultima vez sus anteojos.
Esa misma tarde de primavera de año 2035 a las 19: 15 horas fue cuando la historia de la tierra cambio para siempre. Un rugido se escucho en el cielo, en todos lados del planeta. Lo escucharon todos. Se oyó en Corea, en Italia, en México en brasil, en Rusia y en Chile. Lo oyeron mujeres, niños, pobres y ricos, médicos, deportistas y delincuentes. Lo sintieron los mentirosos, los valientes, los bondadosos y los cobardes. Bolas de fuego, mejor dicho, pedazos de roca espacial, algunas, las más grandes, del porte de un automóvil caían del cielo destruyendo todo con su aterrizaje. Estábamos en el patio cuando sucedió aquello, mi abuelo intentaba no traspasarme su miedo pero el brillo en sus ojos lo delataba. Me tomo en brazos y fuimos a su habitación, se sentó en la cama y me abrazo fuertemente. Me dijo que solo había que esperar y que nos encontrábamos seguros. El ruido era poderoso, sumando con los temblores descomunales que respondían la llegada de los viajeros espaciales. Tenia miedo y lloraba pero en silencio, simplemente las lagrimas caían por mis mejillas. De pronto, de un momento a otro todo se fue a negro, y no supe más. Cuando logre despertar me encontraba amortajado entre pedazos de techo y escombros de las paredes, casi asfixiándome por el olor a humo y a polvo por todos lados. Logre salir aprovechando mi pequeño tamaño la flexibilidad que caracteriza a los niños y pude comprobar que me encontraba sano. Entonces el horror me inundo. ¿Donde estaba mi abuelo? Comencé a buscarlo por todo el lugar, desesperado y con el corazón a punto de escaparse de mi pecho tanto latir. Apareció Caluga alegre como siempre y algo sucio, ambos continuamos con nuestra búsqueda y gracias a él, a su olfato o mejor dicho por desgracia nos enteramos de que el abuelo, mi tatita querido había sido llevado por la muerte inmisericordiosa al otro mundo, solo dejándonos su frió cadáver aplastado irónicamente por la misma casa que le había servido para vivir.

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