
Vivía con su madre en una modesta casa en San Bernardo, en los límites de Santiago. De pelo castaño largo y lacio, ojos oscuros y piel pálida, sus manos eran finas y sus piernas largas y delgadas, tenia ya 17 años y sus pechos seguían siendo pequeños y sus caderas angostas. Fernanda por esto se sentía bastante disminuida frente a sus compañeras del colegio, abundantes en curvas y rebosantes en sensualidad. Ella se sentía insípida, aburrida, nada de interesante para los hombres, su delgado cuerpo le hacia pensar cuando se miraba en un espejo que más se parecía a un niño con el pelo largo que a una mujer, además le amargaba bastante el hecho de nunca poder tener las mejores notas de su curso y sentirse una segundona, una fracasada. Pese a todas las cosas que ella podía encontrar negativas de si misma, tenía un novio, Felipe se llamaba, era bastante guapo, de piel tostada y contextura atlética, enérgico, popular, voluntarioso y carismático, extrañamente para todos y especialmente para Fernanda él se había fijado en ella pero sus constantes dudas, temores y miedos, sentir que él era mucho para ella, que una criatura tan despreciable y asquerosa como ella no tenía derecho a estar con alguien como él, como también otras veces sentía que de seguro era una especie de broma y toda la gente se reía de su ingenuidad; todos estos cuestionamientos terminaron por alejar a Felipe y después de unos pocos meses de relación él le había dicho que quería terminar con la relación, Fernanda destruida le rogo que lo reconsiderara pero sin obtener resultados.
Después de este hecho puntual su vida empezó irse a pique, en realidad este hecho no fue lo que produjo el descenso y la decadencia en la vida de Fernanda, solo fue la señal visible, es más, ella tenia la certeza que de el día mismo en que nació fue condenada a la miseria más profunda y al inevitable infortunio. Luego de haber sido “abandonada” por Felipe lloró una semana sin detenerse como una loca encerrada en su habitación, su madre como siempre amable y de buen corazón pero con un espíritu débil y pobre, incapaz de siquiera llegar imaginar la punta del iceberg que era el dolor profundo de un alma tan atormentada y sensible como la de su hija, le permitió faltar a clases y se encargaba de cuidarla con la diligencia de una monja. Al fin de esa semana lacrimógena su madre, gracias a su esmero y benevolencia logro sacarla de la pieza y que bebiera un té y comiera un par de galletas de agua. Fernanda empezó a pasar horas sentada en el jardín de su casa, en una antigua silla de mimbre, con su gato sobre las piernas, podía pasar días completos así, acariciándolo y mirando pasar a la gente por la calle, a niños pequeños que jugaban a la pelota, a la señora que iba a comprar el pan, o el viejito que vendía frutas. Sin embargo la mayor parte del tiempo la pasaba perdida en otro mundo, con la mirada en cualquier lugar, sintiendo que si abría la boca o hacia algún movimiento brusco su alma podría arrancar y dejar su cuerpo como un cascaron. Nadie la iba a visitar jamás, quizás creían que padecía una extraña enfermedad, o que la locura era contagiosa, algunos niños traviesos como también gente desconsiderada pasaban fuera de la casa y gritaban: ¡La loca!¡ La pobre loca!. Pero Fernanda ni se daba el trabajo de contestarles algo, seguía igual de rígida en su silla, con el gato sobre sus piernas, y lo acariciaba con calma en actitud casi búdica, y se mordía los labios llegando incluso a sangrar. Un día de esos su gato huyo, y no regreso jamás, Fernanda volvió a encerrarse en su habitación, se metió en la cama y dejo absolutamente de hablar, de vez en cuando (muy extrañamente) susurraba: cuchito, cuchito, cuchito, quizás con la esperanza de que su gato la oyera y regresara, pero nunca lo hizo. Encerrada en su habitación e introducida en su cama como en un ataúd, su entretención, mejor dicho, la manera de matar el tiempo se convirtió en contar las burbujas de aire que se habían formado en el techo cuando había sido pintado, y también hacer anagramas y buscar palíndromos en su mente, pero esto nadie lo sabía, su pobre madre estaba aterrada ante el estado pétreo de su querida hija, llamó médicos, sacerdotes y hasta chamanes charlatanes y gitanas, nada funcionó, incluso la vino a visitar Felipe uno de esos días, pero Fernanda con la mirada clavada al techo lo ignoro completamente, y cuando le dijeron que lo mejor era llevarla a un psiquiátrico, que era un caso grave, su madre indignada les contesto que su hija no era ninguna loca y no iba permitir que la trataran como tal. Fernanda ya ni comía y por lo mismo no necesitaba ir al baño, por lógica también había dejado de bañarse, con esfuerzo la lograba convencer su madre a cada tanto para que bebiera un vaso de agua con azúcar y ,con mucho esfuerzo, que cambiara de posición para que no se le acalambraran las partes de su cuerpo en estado casi de desnutrición. Una tarde, un pequeño pajarito entro por la ventana y al verlo Fernanda tristemente( de la única manera que puede hacerlo una persona en ese estado casi esquelético) dibujo en su rostro hace ya un tiempo inerte una diminuta y tímida sonrisa. El pajarito luego no podía salir, la pobresita ave no lograba hallar la ventana y volaba cada vez más horrorizada por toda la habitación creyendo que había encontrado ya su tumba. Increíblemente Fernanda comenzó a moverse, quería levantarse para poder ayudar al pajarito a salir, pero entonces por darse cuenta que en ese lugar había un ser vivo o por presenciar tal despojo humano, el pajarito se asusto y voló fuerte hacia cualquier dirección, chocando contra el techo, y azotando su cabeza matándolo en un instante el golpe. Y entonces el pajarito, ya muerto, volvió a darle vida al inerte rostro de Fernanda y broto una solitaria lágrima de su ojo izquierdo. Temprano en la mañana, otro día, Fernanda comenzó oír en el comedor unas voces extrañas, oía sus voces pero no lograba entender nada, las voces se hicieron más fuertes hasta que escucho como giraban la manilla de la puerta de su habitación y entraban. Eran cuatro personas, de las cuales una era mujer, de distintas edades pero todos adultos y ninguno mayor de los cincuenta años. Le dijeron que tenían que hablar con ella y que había que salir de ahí. Fernanda no sabía cómo pero la convencieron, sacó fuerzas y se levantó, salieron hasta el jardín, luego a la calle y uno preguntó:
-¿Que opinas del mundo Fernanda?-
- Es asqueroso, me enferma – Le contestó, y entre ellos se miraron como aprobando la respuesta de Fernanda.
-¿Y que quieres hacer?- le preguntó la mujer.
Meditó un poco su respuesta, mientras se daba cuenta que tenía puesto el pijama que usaba cuando tenía seis años, uno rosado con florecitas, la gente caminaba, pasaba enfrente de ella, pero no parecía llamarle la atención. De todos modos que mierda tenía que importarle que la vieran con pijama, todos sabían que estaba loca ¿Y que tenia de extraño que la ignoraran? si toda su vida había sido así. Al final se dejó de filosofar y contestó:
-Yo quiero volar-
Entonces Fernanda comenzó a despegarse del suelo y a elevarse muy alto, extendió sus brazos para sentir el viento, y abrasar las nubes, luego su imagen se perdió en el cielo y luego en el infinito y fue feliz.
Todos buscamos a nuestra Armanda...no para cualquiera...paco haller.
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