Segunda Entrega.
(...) Una garra tan enorme descendió de los cielos que le bastó usar su dedo índice y pulgar para tomar al engendro que tranquilamente (dentro de todo el caos presenciado claro está, ya que parece totalmente ridículo calificar como serena a una bestia de esa estirpe) almorzaba cadáveres. Lo tomó como quien toma un canapé de una bandeja, y lo llevo tan alto como mis ojos, benditos (o malditos) por algún mágico y momentáneo poder para ver más allá de lo que pueden los humanos, alcanzaban a ver hasta la altura de su cabeza que se perdía en las más altas nubes. Entonces esta monstruosidad de dimensiones insondables comenzó a descender, a doblar sus piernas y ha hacerse espacio en este pequeño planeta como quien se lo haría en la silla de un bebe. Depositó sus nalgas en la llanura, y el solo hecho de descansar su peso en esta superficie levanto polvo y produjo vientos tan fuertes que mil tornados brotaron del instante en que su trasero tocara el planeta y esparciera tormentas, terremotos y mil calamidades como si de una cada de pandora se tratase. La criatura parecía satisfecha con el lugar que había encontrado para descansar, y empezó a observar que había a su alrededor y pasó lo que tanto temí. Me descubrió y el escalofrió más intenso de mi vida recorrió toda mi medula como una salvaje descarga eléctrica de miedo y horror, cuando sus ojos gigantes y amarillos se clavaron en mí: una insignificante criatura microscópica para él. Sonrío y mostrando su arsenal de dientes, los miles de millones que como agujas emergían de sus putrefactas encías comenzó a reír; tantas carcajadas como dientes en su boca, risas de alegría, de crueldad, de celebración, de locura, de resignación, de ebriedad y de amor. Las risas cada vez se hacían más fuertes, intensas y cercanas casi podía sentir la baba que bailaba dentro, producto de tanta pirueta de una lengua fuera de control. Casi podía sentir su respiración.
Creo que en algún momento de la noche caí, porque cuando abrí los ojos me encontré tirado en la alfombra, en un rincón. Con mi saliva escurriendo por mi cara y mi piernas esparcidas en cualquier lugar. Me senté para buscar a mis amigos y los encontré unos pasos más allá sentados y riendo (ahora cobraba sentido la pesadilla que tuve unos momentos atrás) con otros individuos desconocidos en circulo frente a un gran narguile de hermosos diseños árabes. La visibilidad de las cosas en la habitación exigía un esfuerzo de por medio, con el humo copando cada resquicio del lugar y hechizando con su embrujo opiáceo a todos los presentes.
-¡Al fin despertó emperador!- Julio se había dado cuenta que me reincorporaba a la celebración- Es aún temprano para que se valla a dormir ¡Venga para acá y siga fumando con nosotros que esto esta muy bueno!- me aminaba entusiasmado y decidido a traerme de vuelta, pero le conteste que no me sentía bien y que iría al baño a refrescarme la cara, lo cual me contesto con una sonrisa y un guiño aprobando mi decisión. ¿Me había llamado emperador? Quise llamarlo para salir de mi duda, pero luego me dio pereza y pase por alto aquella intervención, de seguro fue invención mía
Todo me daba vueltas, mi cuerpo se encontraba fatigado, pero con esfuerzo y obstinación logre ponerme de pie, camine y atravesé la puerta más cercana en busca de un baño sin tener la menor idea de donde había uno. Al otro lado de la puerta me encontré con un largo pasillo con puertas a cada lado y nuevamente atravesé la primer puerta que encontré, estaba oscuro, me tropecé y caí dentro; choque con cuerpos desnudos, mojados y calientes, embestí contra llantos de placer y goces lacerantes, con cabezas y pies, hombres y mujeres; mucho sexo. Todo esto lo sentí, porque como advertí con anterioridad reinaba la completa oscuridad en aquel ardiente y sofocante lugar; me dio más sed aún y quería salir inmediatamente de ahí, saque mi cabeza de entre un par de piernas y me apoye en partes que jamás identifique para poder salir de ahí. Me erguí y luego simplemente me deje caer hacia afuera, a través de una puerta que continuaba abierta. Caí en el pasillo nuevamente y de una patada cerré la puerta protegía tan caluroso lugar.
-¡A ti si que te gusta andar por ahí tirado en el suelo gladiador!- Era nuevamente Julio, quien de seguro momentos atrás había vaticinado el fracaso de mi expedición.- Toma mi mano, yo te llevare hasta el baño para que te recuperes y sigamos divirtiéndonos.- Entonces paternalmente me rodeo con su brazo y sonriente me llevo por el camino hasta el lugar que al fin podría saciar mi sed y calmar mi calor. Me abrió la puerta y me dijo que pasara, que él tenía que volver, que lo estaban esperando, y a mí también, que no demorara y luego se despidió. Fui directo al lavamanos, deje caer mi cabeza en el y abrí la llave para que el agua helada cayera sobre mi nuca y mi agobio al fin cesara.
sabes...me recuerda mucho a un cuento de cortazar...definitivamente tienes un estilo muy interesante para escribir...el final me dió algo de risa, insisto, muy original la historia. Suerte, saludos =)
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